martes, 20 de marzo de 2012

Tardes de otoño, porros y corridas




Ellos están ahí, en el frente de su casa, que es un espacio verde rodeado de edificios bajos, los clásicos monoblocs.  Ahí se juntan siempre, son los marginales, delincuentes, drogadictos, trabajadores precarios y mal pagos… y sus esposas, dependientes, pluriparidoras, que gastan sus días en cuidar a sus hijos… sin otra manera de crecer, se nutren de programas de tv basura, llenos de chismes baratos y las más de las veces inventados, o de telenovelas que revelan lo peor del ser humano.
Ellos están ahí, como siempre. Y como siempre llega la cana y los corre a tiros, sin importarle los niños jugando. Siempre se llevan a alguno, por alguna razón que uno empieza dudar de que sea casualidad se llevan a los mejores, a los que trabajan mucho por poco.
Y claro, ellos reaccionan, los que están guarecidos en sus casas y las mujeres les tiran piedras y botellas a la poli, los hombres huyen, se disgregan.
Los más niños lloran, todavía no se acostumbran a ese remolino que se arma cada vez que llegan los  uniformados, sin importar la hora que sea. Pero ya se van a acostumbrar. Cuando sean más grandes sus juegos van a consistir en huir de la cana, en tirarle piedras y botellas en esta lucha perpetua de pobres contra pobres, todos queriendo pertenecer al cada vez más reducido mundo de los privilegiados. Alrededor, en los departamentos que no están llenos de ladrones o de transas,vive gente que trabaja también mucho por poco, también soñando pertencer al mundo de los “in”, de los “vip”, también nutriendo sus mentes de programas basura y novelas baratas, pero que odian a los “malos vecinos”, porque les roban, porque afean el barrio, porque los exponen, por que la dan mala fama al barrio, porque son escoria y no gente, porque cada dos por tres hay un enfrentamiento con la policía. Y encima “estos negros de mierda” que le tiran cosas a la yuta.
Y la policía responde, claro, a los improvisados proyectiles con sus proyectiles institucionales, una comedida grita desde una ventana “pará que están los chicos”, extrañamente el policía se controla… se va, seguido de insultos, mientras una de las gordas flojas intenta tirarle cascotes y lo baña de improperios.
Los más chicos se quedan llorando, asustados. Los consuelan las chicas que todavía no son madres, jóvenes tías que no tardarán en unirse al ejército de las paridoras, con vidas tan vacías que las llenan de nada, de detalles concretos que no pueden aglomerar en un todo, para hacerse una idea cabal de su realidad. Con un aletargamiento mental que es producto de siglos de dominación y sojuzgamiento, de expropiación y violencia.

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